miércoles, 3 de febrero de 2010

La ‘acción social’ de las cofradías, en el punto de mira de Hacienda

No hace mucho tiempo, un periodista ajeno a estas cosas de las cofradías, preguntaba a un conocido bordador cuánto había costado el manto estrenado por una dolorosa gaditana. La respuesta del artesano no pudo ser más atinada: “Lo suficiente como para mantener a las doce familias del taller durante dos años”. La reflexión viene al hilo de la investigación abierta por la Agencia Tributaria, convertida en la comidilla de todas las tertulias desde que una serie de cofradías de la ciudad fueran invitadas a mostrar sus libros contables con el objetivo de descubrir posibles fraudes en las declaraciones de IVA de sus proveedores.
A menudo se habla -no sin cierta demagogia- del dinero que gastan las hermandades en salir a la calle, conservar o incrementar su patrimonio. Dicen, los demagogos, que bien estaría que esos euros destinados al bordado de un manto atendieran necesidades más perentorias, sin tener en cuenta que si así se actuase se estaría ampliando aún más la nómina de desfavorecidos, por cuanto se pondría punto final a toda una industria. Y así seguiríamos con los gremios de tallistas, escultores, doradores, cereros, floristas...
Imaginen qué pasaría si, también en un ejercicio de demagogia, se cuestionara el gasto en cenas, bares y discotecas, desde el convencimiento de que ese dinero bien que podría destinarse al auxilio de los más desfavorecidos. Pues lo que ocurriría, sencillamente, sería que los profesionales de estos sectores también pasarían a guardar cola ante el comedor del Salvador. Y nadie podrá decir que gastar 50 euros en cenar -los mismos que en la cuota anual y la papeleta de sitio- y otros tantos en tomarse unas copas resulte absolutamente imprescindible.
Lo globalización permite a las multinacionales deslocalizar empresas, aprovechando para ello la menor cobertura social que en determinados países se ofrece a los trabajadores. Un sabio de las cofradías me cuestionaba esta semana el verdadero afán de los políticos en crear tejido industrial, porque a menudo se confunde la industria con la fabricación de tuercas. “Aquí montamos una empresa de tuercas, y mañana la pueden trasladar a Mongolia, porque allí también saben hacer tuercas. Lo que nadie se puede llevar a Mongolia es un taller de bordado, porque eso sólo sabemos hacerlo aquí, en Andalucía”.
Hora es de que alguien caiga en la cuenta de que la verdadera acción social de las hermandades no es repartir litros de leche y kilos de arroz entre quienes más lo necesitan, ni siquiera pagar recibos de la luz o del alquiler de una vivienda. La verdadera acción social de las hermandades -y me enfatizaba en ello un profesional de las artes cofradieras- es mantener un montón de puestos de trabajo que de otra manera se habrían perdido hace ya mucho tiempo.
Por eso, yo quiero que quienes piden a las hermandades que no gasten dinero en cera o en flores vayan a Andújar o Chipiona a explicar a los profesionales del sector que, en adelante, no van a vender ni papa. Y que esos mismos argumentos los defiendan ante los transportistas que acarrean material por media Andalucía desde que pasan los Reyes hasta que el sol de la primavera empieza a preludiar la llegada del verano. Que vayan también con esa historia a las empresas de autobuses que trasladan músicos de aquí para allá; a las imprentas que esperan el encargo de un cartel, una revista o un programa; e incluso a las tiendas que anuncian ya la elaboración de capirotes y túnicas de nazareno.
Constituye un gran error considerar prescindible aquellos gastos que puedan asociarse a cualquier tipo de fiesta. De aquí a unos días, no pocos demagogos se echarán las manos a la cabeza al ver cómo el pueblo valenciano gasta su dinero en tracas y públicas fogatas. Acaso pensarán que es el dinero lo que se quema, cuando en realidad lo que arde es el trabajo de un montón de artesanos, que sin Fallas no tendrían de qué comer. Y lo mismo ocurre con las ferias y romerías, los carnavales...
En los últimos años ha bastado seguir los telediarios para doctorarse en Ciencias Económicas y Empresariales. Así, y lo puede corroborar cualquiera que se haya interesado sólo un poco por la evolución de la crisis, uno de los grandes quebraderos de cabeza de todos los analistas era que en algún momento pudiera frenarse el consumo. De hecho ocurrió, lo que llevó al IPC a moverse en valores negativos durante varios meses y a amenazar incluso con una deflación en toda regla. La crisis no se arregla frenando el consumo, más bien al contrario.
La Agencia Tributaria ha estrechado el cerco sobre un sector muy concreto de la actividad económica, valiéndose para ello de los libros contables de las hermandades y cofradías, que se supone son las principales clientes de tallistas, escultores, bordadores, cereros, floristas... Es posible que la operación se lleve por delante a personas que venían realizando estos trabajos de manera irregular. No será mala cosa para esa inmensa mayoría de profesionales que cumplen con todas sus obligaciones fiscales.
Como no quiero pensar que toda esta operación obedezca a una pura estrategia de márketing, sería deseable que una vez depurado el negocio, las administraciones públicas prestaran a la industria cofradiera el mismo tratamiento que se dispensa a quienes anuncian inversiones millonarias a cambio de subvenciones. Sobre todo porque el coche de míster Marshall abandona el pueblo con la misma velocidad a la que llega y la industria autóctona siempre permanece.

Francisco C. Aleu

A sugerencia de nuestro amigo e inestimable colaborador D. Juan Antonio Gómez hemos localizado este artículo que nos ha parecido bastante interesante y dado que el tema sigue candente, nos gustaría colgar dicho texto extraido de la página web de Cofrademanía, a ver que os parece... ADPEA

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