lunes, 5 de octubre de 2009

‹‹Amigo, ¡a lo que estas aquí!››





Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar le había dado esta señal: ‹‹Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle››. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: ‹‹¡Salve, Rabbí!››, y le dio un beso. Jesús le dijo: ‹‹Amigo, ¡a lo que estas aquí!››. Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del sumo sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: ‹‹Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada a espada pereceran. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las escrituras de que así debe suceder?››. En aquel momento dijo Jesús a la gente: ‹‹¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas››. Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron.
(Mateo 26, 47-56)

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